Corrientes Opina

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El Barrio o “la patria pérdida”.

Difundir el amor

El barrio es la patria. Ese punto neurálgico en el centro de nuestras vidas, donde aprendimos sin premura todos los gestos, actitudes, comportamientos, tics que nos identifican y nos definen como el documento único.

El barrio, ese al que me refiero, no tenía límites, su frontera era el desconocimiento de lo que venía después en que el respeto a lo desconocido nos hacía preservar no transgrediéndolo ya que con los años, calle a calle, comenzaremos a caminarlas como los sueños van ampliando perspectiva a medida nos alejamos.

Me refiero a ese barrio que tenía los brazos largos como mamá, que nos protegía, que nos albergaba dulcemente y en que a su dulce protección aprendíamos los primeros balbuceos, los primeros escarceos de un mundo no tan perfecto lleno de peligros pero también de felices experiencias. Uno se lo ganaba a medida crecía. Ese barrio de contención para afuera y no como hoy que ante el peligro, se ha fortificado, muros altos que no dejan ver el sol, y rejas que encierran, aprisionan y condenan la íntima relación con el exterior.

Pensar que allí jugamos. Correteamos. Lucimos por vez primera pantalones largos, dijimos el primer piropo y recibimos el primer beso distinto a la ternura siempre atenta de mamá. Ese barrio donde el respeto se levantaba como una coraza en que cada cual conocía perfectamente sus derechos y obligaciones, y no como hoy que se mata no pudiendo discriminar un vaso de cerveza de la vida, porque para ellos lo uno u lo otro es exactamente lo mismo.

Ese barrio donde todos los sueños se unían para bien, en que cada uno ensayaba lo que más le gustaría ser. Los afectos, el compañerismo, la fidelidad, la solidaridad. Es más, y aunque parezca una ficción, donde todos los hogares en verano dormían con las ventanas abiertas sin que nadie se metiera porque cada uno conocía su rol, los códigos de respeto que hoy en pos de una sociedad saciada de miles atracciones, se pasa por alto, transgrede, reincide, abusa, burla hasta el hartazgo.

Extraño ese barrio porque el respeto era real de ida y vuelta, nadie se pasaba y quien lo hacía, no había Derecho Humano alguno que lo salvara. No como ahora que siempre es el victimario el dueño de todos los derechos, el que prolonga, el que chicanea, el que puede defenderse ya que la víctima hace tiempo calló para siempre.

Me conmovió las declaraciones del ex jugador de Independiente, Jorge Burruchaga y ex mundialista 86 en México, cuando la semana pasada fue asaltado por segunda vez  en su casa en Núñez. Hablaba de la indefensión de sentirse un paria, donde la sordera de quienes tienen la obligación de velar por la seguridad de todos, y no una simple “ sensación ” que desde el propio poder se trata de minimizar.

Debemos volver a ese estado de tranquilidad. A esa “ patria ” que fue el barrio y que sirve de ejemplo para que aprendan quienes deben aprender lo que es el respeto mutuo.

Respetarnos en todo sentido. En las ideas, en las acciones, en la conducta, en la divergencia, en la diversidad, en lo militante y no militante, porque un país auténticamente democrático está integrado por todos sin distinción alguna.