Ceremonial y protocolo
El orden protocolar en la Argentina ha ido cambiando, de acuerdo a distintas épocas, acorde a decretos de los diferentes presidentes. El primero de ellos fue firmado durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, el 9 de febrero de 1926, confirmado por su Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Ángel Gallardo.
En ese primer decreto se fija, en 52 artículos, todo lo atinente en cuanto protocolo nacional e internacional, jerarquías, precedencias, formas de recibir a jefes de estado, embajadores, autoridades eclesiásticas y militares.
Además, como deben (¿o deberían?) comportarse nuestros representantes en el exterior.
Salvo en los períodos de gobiernos militares, los cambios no han sido demasiado importantes. Al asumir el doctor Alfonsín, quitó el tratamiento de excelentísimo, quedando desde entonces la fórmula “Señor presidente” para dirigirse a él y a sus sucesores.
Las directivas se imparten a través de la Dirección de Protocolo y Ceremonial, dependiente del Ministerio de RREE. y desde allí, a los tres poderes, y a los estamentos gubernamentales: en el orden nacional, provincial y municipal.
Son indicaciones muy precisas que no deben modificarse en ninguno de sus artículos, salvo en algunas provincias donde se permiten ciertas licencias por cuestiones de costumbres muy arraigadas, en tanto no vulneren la esencia de las reglas.
Cada país tiene sus reglas, naturalmente, pero para dentro de sus fronteras. En el ámbito internacional, todos los países son muy cuidadosos, algunos con mayor rigor, como en las monarquías. Ha ocurrido en otros tiempos, que se produjeron incidentes graves, por faltar a las reglas de cortesía establecidas internacionalmente, entre jefes de gobierno, o sus representantes, por no respetar las precedencias o las jerarquías, y el trato que se debe dispensar a cada una de ellas.
Hay detalles que siguen siendo de rigor: la puntualidad, por ejemplo.
No se tiene registro de llegadas tardías e inoportunas a encuentros entre jefes de estado. Salvo casos de real gravedad, naturalmente.
Pero en la era Kirschner, comenzó a hacerse costumbre. Cuando llegó el rey de España a Rosario, para el Congreso de la Lengua, debió salir a dar un paseo, muy democráticamente, por las calles de la ciudad, porque a la hora del encuentro de los mandatarios, el presidente -que sólo estaba a pocos minutos de avión- llegó tarde.
No se atendió debidamente a la reina de Holanda, ni siquiera como deferencia hacia la heredera de ese trono, una argentina. Que pasó muy mal momento ante su suegra y reina, pero como suelen hacer las reinas, lo soportó muy protocolarmente….
Pero el galardón en cuanto a impuntualidades e incorrecciones varias, casi lo lleva la actual presidenta, en reñida competencia por el primer puesto con su marido.
En menos de un año ha llegado tres veces tarde, a encuentros protocolares con sus pares del mundo. Quienes han tenido la delicadeza de disculpar tamaña grosería.
Esas ya no son infracciones a las reglas de protocolo, sino a las de una elemental buena educación. No hay excusa válida para semejante “descortesía”, porque no es la señora Cristina Fernández quien queda muy mail, sino el pueblo argentino todo.
No podríamos responsabilizar a los encargados de Ceremonial por no cuidar esos detalles. El matrimonio Kirschner supondrá que las reglas se aplican a cualquier ciudadano, no a la pareja gobernante.
Estas son lamentables muestras de desconsideración para con los mandatarios extranjeros, pero sobre todo, una gran falta de respeto para con el pueblo al que gobiernan y representan, imponiendo criterios y costumbres personales.
En otros aspectos del Ceremonial, el doctor Alfonsín democratizó también el atavío del presidente al asumir, por un traje formal, de color oscuro, en lugar de los anteriores, chaqué, o levita.
Otros presidentes también han sido muy sobrios en el vestir, salvo el doctor Menem, tan afecto de los trajes Versacce, ostentosos y de dudoso gusto.
Pero su hija, cuando lo acompañaba como primera dama, se vestía con los diseños de la señora Elsa Serrano, quien vistió a otras primeras damas.
Siempre estas señoras, se han vestido con modistos argentinos dado que ellas representan al país y ostentaron con orgullo las creaciones de los diseñadores argentinos que, además son muy buenos, y sus diseños pueden ser mostrados publicitando la calidad de nuestra industria de la moda.
En cambio y tal como también lo hiciera notar –en un programa radial de la Capital Federal el director del “Centro de Altos Estudios de Ceremonial Buenos Aires”, profesor doctor Rubén Gavaldá y Castro– la señora presidenta ha optado por mostrarse siempre con ropa y accesorios importados, carísimos además, especiales para tiempos de crisis.
Sería de desear que nuestra presidenta se hiciera cargo de la sobriedad propia de su cargo, que tomara ejemplo de algunas primeras mandatarias, o primeras damas en cuanto a su discreción. Por ejemplo, la reina de España o la vecina doctora Bachelet.