Ideología y pragmatismo.
La muerte de la ideología, señalan los pragmáticos; la imposibilidad de dar respuestas coherentes sin un sistema de ideas, responden desde el otro sector. El siglo XX ha sido calificado como el siglo de las ideologías, en el que, de su origen histórico de “ciencia de las ideas” pasó a acuñarse el peligroso concepto de “ sistema de ideas ”.
Los finales del siglo XX han sido señalados como los años en que las ideologías han hecho crisis, para dejar paso al pragmatismo, especialmente en el terreno de la política.
Uno y otro concepto han servido de refugio para quienes, de cada lado, pregonan su vigencia como instrumentos idóneos para dar respuesta a los interrogantes que los tiempos y la sociedad nos presentan. La muerte de la ideología, señalan los pragmáticos; la imposibilidad de dar respuestas coherentes sin un sistema de ideas, responden desde el otro sector.
Nada peor que las demasías del ideologismo o la multiplicidad de puertas del pragmatismo, para escapar de la verdadera naturaleza del debate en su contexto actual.
En términos sencillos, diremos que la ideología es el conjunto de ideas, más o menos sistematizadas, sobre la realidad, respecto a lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo científico, lo moral, lo religioso, etc… Creencias, preconceptos o bases intelectuales a partir de las cuales se analiza y enjuicia.
La ideología presenta un rasgo fuertemente identitario entre sus adherentes, como la religión, la nación, la clase social, y se la ha asociado con mayor fuerza a la política como modo de pasar del campo teórico a la práctica aplicada en el ámbito de una sociedad.
Pero el concepto de ideología, tal como lo entendemos en nuestros tiempos, es mucho más joven que la historia de los pueblos. El término fue acuñado en Francia a fines del siglo XVIII, pero entendido como “ ciencia que estudia las ideas ”. Su significado epistemológico fue gestado a partir de Carlos Marx, para quien la ideología forma parte de la superestructura que explica el mundo en cada sociedad en función de sus modos de producción. Su papel para los marxistas- es actuar como lubricante para mantener fluidas las relaciones sociales, proporcionando el mínimo social necesario mediante la justificación del predominio de las clases dominantes y del poder político.
El siglo XX ha sido calificado como el siglo de las ideologías, en el que, de su origen histórico de “ ciencia de las ideas ” pasó a acuñarse el peligroso concepto de “ sistema de ideas ”. El comunismo, el fascismo, el anarquismo, el liberalismo que traspasó el siglo XIX, el socialismo democrático, el capitalismo, etc., son alguno de los sistemas calificados de ideologías que, a su momento, incidieron en las naciones y se turnaron algunos de ellos para dominar parte del orbe.
A fines del siglo XX, especialmente luego de la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque comunista, la ideología fue entrando en franco declive. La corriente capitalista atravesó el mundo, con variantes domésticas más o menos democráticas, pero con términos económicos similares.
Los discursos políticos, de manera explícita o larvada, comenzaron a esgrimir el pragmatismo como instrumento de gestión en los asuntos públicos, lo que mereció el análisis descalificador de cierto intelectualismo petulante.
El pragmatismo peyorativamente fue rotulado como “ falta de ideas ”. Sus defensores respondieron que las ideas se construyen a partir de la práctica social. El pragmatismo, entonces, presenta a la idea como instrumento de la acción y al conocimiento como el conjunto de verdades subjetivas.
Cosa muy distinta es el enjuiciamiento de la política vacía de ideas, que equivale a “ oportunismo ”, porque por la gigantesca puerta de las indefiniciones pasan las incoherencias mayores vestidas de pragmatismo, ocultando en realidad meros intereses personales o grupales.
Creo, sinceramente, que la ideología concebida como “ sistema ” ha entrado en su ocaso. Su carácter dogmático, precisamente, le ha jugado en contra, en un mundo en que el pluralismo es la única garantía de convivencia entre las personas. Repetidamente ha sido usada como herramienta de control social, para despojar al ser humano de su libertad, transformándolo en parte de una masa manipulable.
En nombre de la ideología, se justificaron falsas idealizaciones y cometieron los peores crímenes contra la humanidad. La dictadura del proletariado, la pureza racial, los nacionalismos de izquierda y derecha, la lucha entre etnias, se basaron en construcciones ideológicas que justificaban atroces delitos contra los derechos humanos.
Por ello no soy fanático del anclaje ideológico, lo que no quiere decir que no crea en las ideas, en los principios, en los valores, que son los que sustentan y dan sentido a la acción humana. La acción es necesariamente el producto del pensamiento. Todos los seres humanos vivimos creando, alimentando y retroalimentando ideas en nuestro cerebro, de la mañana a la noche, son las ideas las que nos impulsan. Estas ideas, repetidas y asumidas en el marco comunitario, son las que forman los paradigmas sociales. Ha dicho John Stuart Mill que “ como fuerza social, un individuo con una idea vale por noventa y nueve con un solo interés ”.
No es de extrañar, por ello, que en estos tiempos hayan comunes ideas que atraviesan pueblos muy distintos del orbe. Es que ya no existen los “sistemas” que obligan a pensar y adecuar la conducta humana al cedazo de la ideología.
La historia, los hechos, han sobrepasado al intelectualismo perezoso, que no asume la tarea de contrastar la teoría con los hechos, para confirmar o descartar la hipótesis.
A costa de parecer anarquista, no resisto la tentación de preguntar parafraseando un texto no propio- “ si es preferible ‘participar‘ de una concepción del mundo ‘impuesta‘ mecánicamente por el ambiente externo, esto es, por uno de los tantos grupos sociales en los que cada cual se encuentra inserto automáticamente desde que entra en el mundo consciente ( y que puede ser la aldea o la provincia, puede tener su origen en la parroquia, en la ‘actividad intelectual‘ del cura o del viejarrón patriarcal cuya sabiduría es ley, o en la mujeruca que ha heredado el saber de las brujas, o en el pequeño intelectual amargado en su propia estupidez y en su impotencia para actuar ), o es preferible elaborar uno su propia concepción del mundo consciente y críticamente, ya, por tanto, escoger la propia esfera de actividad en conexión con ese esfuerzo, del cerebro propio, participar activamente en la producción de la historia del mundo, ser guía de sí mismo en vez de aceptar pasivamente y supinamente la impronta puesta desde fuera a la personalidad ? ”.
Salirnos del dogma parece ser el signo de estos tiempos, en los que cada sociedad busca sus caminos como el agua su salida