Perón, Frondizi y el petróleo
Para explicar la llamada “Batalla del Petróleo”, como designó Frondizi al núcleo de sus reformas en materia energética, debemos tener en cuenta el escenario general en el cual la misma tuvo lugar, y sus resultados inmediatos y mediatos.
Se trataba de un capítulo del proyecto nacional de desarrollo que debía librarse prioritariamente, porque debía proveer los recursos necesarios.
Referido al presente, la situación era más crítica. El país se hallaba en quiebra, con una deuda externa del orden de los 1.000 millones de dólares, y un déficit en la balanza de pagos del orden de los 300 millones de dólares anuales. Precisamente este déficit era generado por las importaciones de combustibles. Pero, al mismo tiempo, el país tenía 500 millones de m3 de petróleo y gas de reservas comprobadas, y los requerimientos anuales de consumo eran del orden de los 15 millones de m3. La paradoja era que el Estado no contaba con los recursos necesarios para hacer las inversiones, pero en el exterior era posible conseguir todo el volumen de capitales requeridos.
El quid de la cuestión era que los capitales externos se obligaran a colaborar sin disponer de la propiedad del petróleo, es decir, sin la libertad de llevárselo al exterior, porque había una necesidad interna a cubrir.
Frondizi comprendió que la Argentina estaba encerrada en un laberinto artificial, creado por sus propios prejuicios ideológicos. Con mucho menos dinero que el que gastábamos en ese momento en importar petróleo, podíamos producirlo, cubrir el déficit y equilibrar las cuentas externas, recuperando el crédito exterior.
La “Batalla del Petróleo” consistiría en deshacer ese nudo gordiano de un solo golpe, realizándolo en un acto de gran espectacularidad, en la que se explicaría la estrategia en toda su sencillez, y con los resultados ya logrados.
Hubo una batalla anterior del petróleo
Generalmente se tiene entendido que la llamada “Batalla del Petróleo” fue la librada por Frondizi, en 1958, con la firma de los contratos de producción, exploración y de servicios, anunciados el 24 de julio, pero debemos designar así también la enfrentada por Perón en abril de 1955, con la firma de un contrato de exploración y explotación de petróleo con la Standard Oil de California. Ambas batallas tuvieron objetivos similares, fueron determinadas por circunstancias análogas, y generaron similares resistencias.
El estudio comparativo de estas dos decisiones es sumamente ilustrativo para comprenderlas, pero en particular para tomar distancia y juzgar con objetividad la conducta seguida por estos dos presidentes argentinos. El escenario donde fueron libradas ambas no difería mayormente.
El gobierno de la Revolución Libertadora no enfrentó el problema del incremento de la producción de petróleo con la decisión necesaria, seguramente porque no alcanzaron a coincidir los distintos sectores ideológicos que lo componían. Sí se adoptaron decisiones importantes para incrementar la producción de las destilerías, y el transporte de petróleo y de gas por oleoductos y gasoductos.
Dos Conductores
Cada batalla tuvo sus Comandantes, claramente responsables de las acciones adoptadas, Perón y Frondizi, sin perjuicio de la importante colaboración de Frigerio y Sábato, que operaron como dos grandes generales de campo.
Perón era un estratega militar y un reformador social, y Frondizi uno político, formado en la conceptualización de los procesos económicos y sociales. Uno estaba al término de casi diez años de ejercicio del gobierno, con un cierto desencanto por las dificultades que se le presentaban y que no las había previsto. El otro se hallaba en la iniciación de su período presidencial, después de casi diez años de legislador, con el optimismo derivado del reciente éxito electoral, y la ilusión de contar con una solución superadora de los problemas argentinos.
Uno en abril de 1955 con 59 años, y el otro en julio de 1958 con 49 años. Uno, formado en la conducción de unidades militares dentro del Ejército, y en la enseñanza y el análisis de la conducción militar. El otro, formado en una familia de intelectuales, en las luchas estudiantiles, y en las internas del partido Radical.
Hijo de gringos, se educó y se formó en la ciudad de Buenos Aires, aunque había nacido en la provincia de Corrientes. Dentro del partido Radical siempre representó la figura del intelectual, sin una fácil identificación emocional con la mayoría del partido; sus partidarios lo admiraban y lo respetaban, sin llegar a quererlo.
Frondizi, inmigrante de primera generación, no tenía las ataduras de las tradiciones en las que no se había educado.
En realidad pertenecía a la inmigración que había llegado para competir con las clases tradicionales en todos los sectores de la sociedad. Pero, como pocos, tuvo conciencia de una responsabilidad de origen, y que debía traducirse en un aporte a la organización nacional. Fue el pensamiento desarrollista.
Perón, de herencia mestiza, por parte de madre, se crió en el sur patagónico bajo el horizonte inmenso de su meseta, y vivió y comprendió su larga dinastía autóctona; esto le permitió después ejercer un liderazgo natural sobre las mayorías populares de su mismo linaje social, con quienes tenía una fácil e inmediata comunicación. Siempre debió tener un fuerte resentimiento por no ser parte de la clase tradicional, aunque ésta le hizo un lugar importante para su juventud en la década del treinta, bien ganada por sus propios méritos. Pero en él había una gran ambición de poder, mezclado con un deseo de reivindicar su condición social y la de la sociedad mayoritaria del país, sobre la sociedad tradicional.
Dos personalidades y dos momentos muy diferentes en sus vidas. Estos eran los Comandantes responsables de dos batallas por sendas reformas políticas argentinas.
Sin embargo, con respecto al petróleo, antes de sus respectivas batallas, ambos estaban atados por opiniones muy categóricas en contra de la intervención de capitales extranjeros en la explotación del petróleo y la energía dentro del país.
El primero, Perón, estaba comprometido más fuertemente por las compras de los ferrocarriles, los teléfonos, los puertos y otras múltiples sociedades extranjeras dedicadas a la explotación de servicios públicos, y por la propia Constitución dictada en 1949, en la cual las fuentes de energía fueron declaradas de propiedad inalienable e imprescriptibles de la Nación, sin que su uso pudiera darse a compañías privadas nacionales o extrajeras. Pero Perón no era un jurista ni reconocía la tiranía de las leyes. La Constitución de 1949 no era obra suya, porque a diferencia de Napoleón –que había intervenido activamente en la redacción del Código Civil, Perón jamás se preocupó por el texto de la reforma constitucional.
El otro, Frondizi, estaba atado por toda la política sostenida dentro del partido Radical, en particular por la Convención de Avellaneda, de cuya declaración había sido uno de sus autores, a favor de la explotación estatal de los servicios públicos; asimismo, por su obra titulada «Petróleo y Política», y por su especial oposición a la ratificación del contrato suscripto con la California Argentina.
El paso dado por ambos habría de afectar sus imágenes de decididos defensores de la soberanía nacional, en una interpretación cerrada a la intervención de los capitales extranjeros.
Pero Frondizi contaba con una enorme ventaja. El núcleo de la oposición se hallaba en la ideología, sin perjuicio del sentimiento nacional partidario de la explotación propia de los recursos nacionales. Éste era el ambiente en el que se había criado y desarrollado. La ideología es el sistema que busca todo intelectual en su aspiración de desenvolverse en un universo coherente y armónico.
No es requerimiento propio de las personas que viven una vida más sencilla –y menos exigente en el campo intelectual, como puede ser el de los trabajadores, salvo los marxistas. Es por tanto una exigencia propia de las clases medias intelectuales, no de la clase obrera. Tampoco de los conductores militares, porque las ideologías no determinan el resultado de las batallas. Tampoco de los políticos, que se sostienen más en los sentimientos mayoritarios que en un sistema de ideas.
Para Perón, las ideologías eran un cuarto oscuro que le producían temor e incertidumbre. Tomó la decisión de firmar el decreto aprobatorio del contrato con la California, pero adoptó la conducta que menos lo comprometiera. Mandó el proyecto al Congreso. Se equivocó en todo. Las críticas arreciaron fuertemente, y muchas eran fruto de un análisis incompetente o muy ofuscado. En ninguna forma se puede decir que hubo renuncia a la soberanía nacional. Mas el contrato suscripto por Perón era muy similar a los firmados después por Frondizi.
Pero Perón no contó con ningún defensor de nivel. El Ministro de Industria, un disciplinado contador, estaba desconcertado, porque carecía de armas intelectuales para enfrentar este desafío. Los antiguos socialistas –que se hicieron justicialistas– no conocían a la izquierda actual. La derecha nacionalista estaba herida por más de un grave error de Perón. Para estos últimos, después de la ley del divorcio hecha sancionar por Perón, los graves actos ejecutados en menoscabo de la Iglesia y sus templos, y ahora un contrato con la Standard Oil, habían excedido todos los límites de lo tolerable.
Había firmado el contrato siguiendo una lógica económica en la que no creía, pero la que tenía una fuerza objetiva que parecía evidente. Pero para mentalidades dispuestas a razonar. No para sus sectores ofuscados. La derrota de Perón fue total y previsible, aun para él mismo. Pero no porque no tuviera razón. Su error estuvo en su falta de compromiso y en los problemas más graves del año 1955, que desplazaron a este tema por su mayor significación.
Frondizi, por el contrario, se movió en un campo muy conocido en sus luchas universitarias y políticas. Había descubierto que los grandes números de la economía en la que él creía, lo llevaban a una conclusión muy favorable a los intereses nacionales, aunque muy distante de sus enfoques anteriores.
Contaba con grandes operadores, pero en particular con dos de una reciedumbre excepcional, Frigerio y Sábato, principalmente el primero. Éste, que habría sufrido –como Frondizi– una objetiva conversión por la irrevocabilidad de los hechos que llegaron a su información. Por eso, fue un maestro para persuadir o atemperar la resistencia del núcleo central de la izquierda argentina. Ésta pudo discutir el tema a fondo, y como responsable de las decisiones finales. En una mesa de amigos y viejos conocidos, Frondizi y Frigerio triunfaron en el debate interno, antes de presentar la batalla en público.
Alrededor de Perón no había nadie que pudiera ser interpretado por la nueva izquierda hasta después de su caída, en que apareció John William Cooke.
La conversión de Frondizi
En «Petróleo y Política» (Ed. Raigal, 1954), Frondizi explica su concepción propia de un pensador de izquierda, sobre los defectos de la evolución argentina desde la segunda mitad del siglo XIX, por la acción de los grandes capitales internacionales –aliados a los capitales nacionales– en tanto absorben una parte exagerada de la renta generada por la Nación.
Este libro, como él lo advierte en una explicación que acompaña sus ediciones, era una herramienta más de la lucha partidaria. Es claramente una obra apresurada, como lo indica la omisión de partes esenciales, por ejemplo la relativa al período 1943/55, que el mismo autor señala.
Pero Frondizi es un político cuya formación estaba en pleno desarrollo en 1954, cuando edita este libro. Le faltaba alcanzar la concepción de la integración y del desarrollo como las dos grandes ideas rectoras que impulsarían su conducta en adelante, en reemplazo de la concepción, de filiación marxista, sobre la injusta distribución de la riqueza. Para definir su pensamiento en forma definitiva, debió enfrentar la posibilidad de llegar a la presidencia de la República, circunstancia en la que advertiría la esterilidad de la tesis expuesta anteriormente.
Pero justamente se anuncia en este momento la presentación del contrato suscripto con la California Argentina, y la apertura de la radio a la oposición, que él la utilizó como presidente de la Unión Cívica Radical el 24 de julio de 1955. La condena del contrato fue terrible. Calificó a su área como “una franja de la Colonia, con signos físicos del vasallaje”. No fue una crítica justa, pero fue recibida dentro de un clima muy favorable. Este contrato era muy similar a los que habría de firmar posteriormente el gobierno de Frondizi.
La posterior conversión de Frondizi, al aceptar la participación de los capitales extranjeros en la explotación del petróleo, fue interpretada por estos antecedentes como una traición a sus ideales anteriores. Es la suerte de los conversos, porque hay dos conversiones: una sincera, por cambio de convicciones o de concepción, y otras mezquinas, por interés. La primera es la de San Pablo, y la segunda es la de Judas, por un plato de lentejas. Aun así San Pablo debió dedicarse a la conversión de los extranjeros o gentiles, por su falta de aceptación en la comunidad judía cristiana.
En los pintores esta conversión es más clara y menos polémica, aceptándose sin mayor esfuerzo. La evolución de un artista, por ejemplo la de Pablo Picasso, que pasa de su período “azul” al “cubismo”, a nadie se le ocurre discutirla; es una manera diferente de concebir y de trasmitir su arte.
A Enrique IV, Rey de Francia, le sucedió algo parecido que a Frondizi. Su decisión de aceptar el rito católico, habiendo sido hugonote, la mayor parte de sus contemporáneos le adjudicó a su deseo de ser rey. Pocos entendieron que, para curar a Francia de la herida de la Noche de San Bartolomé, obra de Carlos IX, era necesario un rey que fuere una garantía para católicos y protestantes. Se jugaba la unidad de la sociedad francesa. La frase que ha trascendido, “Paris bien vale una misa”, traduce muy mal la conducta de este gran rey.
Por lo demás, si Frondizi no hubiere evolucionado de su concepción expuesta en «Petróleo y Política», sería en la literatura y en la política argentina una figura importante de la izquierda, pero no el jefe de una nueva orientación que intentó cambiar la historia argentina.
El desarrollismo fue una concepción destinada a quebrar el deterioro económico argentino, producido en la posguerra por el justicialismo, proponiendo un modelo que permitiría un crecimiento acelerado y no conflictivo, porque resultaría del incremento y no de la redistribución de la renta existente.
Y la renta por ganar, derivada del desarrollo, era mucho mayor que la riqueza existente. Sobre esos recursos, la justicia social se podía asentar con más fuerza y mayores beneficios. Para él, después de concebirlo fue un imperativo moral y político exponerlo y defenderlo. Es, como dicen los textos sagrados, “Al Ver Verás”. Al comprender una verdad, experimentarás la conversión derivada de su fuerza. La verdad estaba expuesta a la mirada de todos, pero solo algunos la verían.
Un mismo campo de batalla
En cuanto al campo de batalla, no obstante la diferencia de tres años en que se libraron una y otra, era el mismo, con iguales características. Los graves déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, particularmente por las importaciones de combustibles, eran imposible de soportar y, por lo mismo, crecía la deuda externa y se volvía más difícil de refinanciar.
Con ese resultado de las cuentas externas, se exponía al país al abismo de la insolvencia externa. La falta de recursos financieros internos para sufragar las inversiones y gastos de YPF, para aumentar su producción de petróleo, cerraba el camino del incremento de la producción nacional con recursos propios.
Se trataba de un momento crítico para una nación que hacía solo diez años atrás había conocido una situación extraordinariamente privilegiada, pues contaba con su capacidad productiva en pleno vigor, frente a un escenario internacional en que Europa y Asia se hallaban destruidas por la guerra, y con graves conflictos políticos y de organización para enfrentar su reconstrucción.
Dos estrategias diferentes
La estrategia de Perón para superar el problema fue sencilla. Consistió en suscribir un contrato de exploración y explotación de petróleo con una de las compañías más importantes del mundo, la Standard Oil de California, adjudicándole un área de 49.000 km2 al sur de Santa Cruz, en una zona de probables reservas de petróleo, por 40 años. El petróleo producido debía ser entregado a YPF al precio internacional, conforme con la calidad del mismo, lo cual lo diferenciaba de las concesiones clásicas, ya que en ellas la concesionaria era dueña del petróleo que extraía y de comercializarlo libremente. La propiedad del petróleo es fundamental, pues es la única forma en que se tiene el control del mercado interno e internacional. Pero los negocios son negocios, y explotar una zona de reservas probables, para la California Argentina –entregando el petróleo al precio internacional en la lejana Patagonia– era buen negocio, si se distribuyen las utilidades “fifty and fifty” (50 y 50%) y no se pagan impuestos. Este contrato es muy similar al firmado por Frondizi con la Shell tres años más tarde.
No obsta a esa característica: la compañía contaba con la autorización de exportar o comercializar el petróleo si YPF no se lo recibía, así como podía construir oleoductos para transportarlo o para industrializarlo, pero siempre para entregarlo a YPF.
Perón no eligió un acto público de gran espectacularidad para presentar el contrato suscripto con la California Argentina, y pidió su ratificación por el Congreso. No quiso vincular su persona a un hecho como éste, que significaba un riesgo.
El resultado de esta decisión fue que finalmente fracasó. Pero Perón no se comprometió en la aprobación por el Congreso, y le pareció mejor dejarlo librado a la responsabilidad de los legisladores.
Frondizi siguió una política diferente. La misma estuvo fundada en la sorpresa, la negociación secreta, el hecho concluido, la asunción de la máxima responsabilidad personal, y la presentación como decisiones adoptadas y vigentes sin necesidad de ninguna ratificación posterior. Frondizi desconfiaba de la mayoría parlamentaria, y buscó una forma para prescindir de ella. El plan no debía tener ninguna postergación.
Producido el anuncio, nadie tuvo nada que decir que pudiera influir sobre los contratos presentados. El conjunto de las convenciones y cartas de intención firmados, revelaban que la nueva política petrolera contaba con la participación de los más importantes y variados capitales nacionales, norteamericanos y europeos, y con un volumen de inversiones globales que aseguraban el autoabastecimiento.
Desde el punto de vista formal, fue absolutamente extraordinario que, entre el 1° de mayo y el 24 de julio de 1958, haya sido posible realizar tantas negociaciones conjuntas, validos fundamentalmente de un representante, el Dr. Arturo Sábato.
Como dicen los observadores políticos avezados, los primeros tiempos de los gobernantes recién elegidos son de los audaces y de los que tienen proyectos elaborados. Éste fue el caso de Frondizi con el petróleo.
Los efectos de la batalla del petróleo fueron tan brillantes que no eran previsibles.
Se podía descontar el éxito, pero no que en 1962 se alcanzara el autoabastecimiento, triplicándose la producción.
Sin embargo, no fue suficiente para producirle a Frondizi un éxito político generalizado. El petróleo tiene esta curiosa naturaleza: si falta es letal, porque todo se paraliza, pero si abunda produce solo una sensación de normalidad. Sus grandes beneficiarios son pocos, los altos funcionarios de las compañías, sus accionistas y su reducido personal. No produce directos, amplios y visibles beneficios sociales. Mucho más si lo truncan al nacer.
El acuerdo y las contradicciones entre Perón y Frondizi
Se puede discutir si hubo un acuerdo escrito y firmado; lo que no se puede discutir es que hubo un acuerdo. Se contrajeron obligaciones reciprocas y públicas, y se cumplieron en la medida de lo posible, dentro de un cuadro de situación totalmente adverso. Lo extraordinario del caso es que hubiere habido motivos para no reconocerlo, porque su legitimidad era indiscutible, dentro de una inobjetable lógica republicana y democrática.
Lo que se trataba era, por una parte, de asegurar a la otra la apertura del sistema político para que pudiera tener una representación propia y, por eso mismo, ésta se comprometía a votar los candidatos de la otra en las primeras elecciones.
Pero éstas eran solamente las primeras intenciones del acuerdo. Las segundas –y verdaderas– intenciones eran otras. Y ambas partes conocían y aceptaban estas reales motivaciones. Se trataba de un gran juego político, en que cada parte apostaba a una evolución que le resultaría favorable.
Frondizi, que aspiraba al poder, apostaba a cambiar la situación económica y social del país, en un grado tan pronunciado y favorable que produciría un vuelco de la opinión nacional en su favor, y obtendría así una mayoría propia.
Perón apostaba a que Frondizi no lograría operar esa transformación, y que la evolución social y económica, al menos para los sectores mayoritarios de la población, sería desfavorable y, consecuentemente, él conservaría la adhesión popular.
Producido el éxito electoral y elegido Presidente, Frondizi tenía toda la iniciativa. Su gran adversario era la situación económica sumamente crítica en recursos, por lo que su estrategia debía orientarse a la producción de estos recursos para superar la escasez.
Frondizi tenía tres recursos de un inmenso valor; dos los conocía, y del otro no estaba advertido. Además tenía errores en su formación, que habrían de jugar en su contra.
El recurso más importante era uno de carácter puramente intelectual: la idea-fuerza del desarrollo. Ésta interpretaba y daba satisfacción a la perplejidad de todo el pueblo, que no tenía explicación al deterioro argentino. La Argentina, en diez años, había pasado a ser deudor, después de fuerte acreedor, descendiendo a una insolvencia total sin garantías ni avalistas. De rico a pobre. La sociedad necesitaba una idea sencilla y de enorme fuerza que encerrara el secreto de la recuperación. Ésta fue la idea del desarrollo.
La segunda no era una idea, sino una acción, que permitiría que una riqueza de alrededor de 500 millones de m3 de petróleo, con un valor superior a los 7.500 millones de dólares, se pusiera gradual pero rápidamente a disposición de la economía argentina, y nos devolviera la condición de país solvente. Éste fue el segundo factor de éxito, y resultó espectacular.
La transformación de la estructura económica, conforme a la cual Frondizi pensaba incrementar fuertemente el valor agregado de la producción argentina, era un objetivo correcto pero de concreción a largo plazo, porque requería una transformación de la estructura productiva argentina y, simultáneamente, de la capacidad de toda la clase activa, para manejar nuevas tecnologías y producir nuevos y más sofisticados productos. Esto se podía lograr, pero era un objetivo a largo plazo.
Además, el crecimiento económico no puede ser previsto exactamente y, por tanto, adopta las modalidades que las circunstancias le permiten, pero en cualquier caso debe indicar una alta tasa de crecimiento anual, porque ese incremento va a determinar las posibilidades del mejoramiento social.
Dentro de la misma idea, Frondizi debió perseguir primero un incremento importante del PBI, con la capacidad tecnológica y los equipamientos que disponía, pero inyectándole todos los recursos monetarios acumulados por el ahorro nacional, para hacerla producir al máximo. Pero, por el contrario, la oferta monetaria se redujo de 2.500 mil millones de pesos a 1.600 mil millones entre 1958 y 1959; es decir una evolución de sentido contrario a la que debió tener. La restricción se mantuvo en los años 1960 y 1961 al nivel del de 1959. En 1962 se redujo a 1.498 mil millones (ver Cortés Conde, La Economía Política de la Argentina en el siglo XX, pág. 262, cuadro 19).
La reducción de la oferta monetaria agudizó los efectos de la devaluación, cuando debía compensar sus efectos con mayor producción. El crédito a los sectores productivos debió impulsar la producción de todos los sectores que fueron favorecidos con la devaluación, entre los cuales estaban los exportadores, pero también los que producían para el mercado interno. Era la mejor protección contra la inflación. Al no procederse así se redujo el PBI, disminuyó el empleo, se incrementó notablemente el costo de vida y, por tanto, bajaron los ingresos de la inmensa mayoría de la población.
La caída del PBI fue del 6%, y la baja de los salarios del 25%, en 1959. En el desarrollismo, que debe expresarse con un sustancial crecimiento del PBI por habitante, en 1962 ese índice estaba en el nivel de 1958. O, en 1961, se hallaba solo un 7,8% sobre el de 1957. La explicación de tal política monetaria es seguramente la influencia del FMI. Pero Frondizi era el responsable de la política, y por lo tanto su eventual y principal beneficiado o perjudicado, no el FMI.
Dentro de su concepción, él debió usar el crédito para impulsar fuertemente la producción. O dentro de una concepción más social, debió implantar un plan de ayuda social, como hizo Duhalde en el 2002 –o Lula en el Brasil– para los sectores de menores ingresos, o un seguro de desocupación como en los países desarrollados. Pero no debió permitir que la necesaria reforma cambiaria le arrebatara su base política (ver Cadenas Madariaga, Mario A. y Cadenas Madariaga, Mario A. (h), La Monetización de la Economía”, Ed. Dunken, Buenos Aires 2003).
Tampoco se debió defender el tipo de cambio –alrededor de los $ 80 por dólar en 1961–, porque esto llevaba a una sobrevaluación que le sería desfavorable, tanto para los sectores exportadores como para los que producían para el mercado interno.
Este error fue el determinante de que Frondizi perdiera el desafío que sostenía ante Perón, y que la Argentina equivocara una vez más, como tantas veces después, el camino de su desarrollo. La razón se hallaba en que si bien Frondizi había comprendido la gran debilidad del desenvolvimiento argentino –a partir de la Segunda Guerra Mundial– por su falta de crecimiento, su doctrina no estaba terminada de elaborar.
Le faltaba el necesario conocimiento de la política financiera. La circunstancia –que tampoco la tenía ni Raúl Prebich ni la CEPAL, es decir la principal usina del pensamiento financiero de la izquierda latinoamericana, ni tampoco la derecha– no era justificación políticamente suficiente, porque el pueblo solo sabe de necesidades.
Por su parte, el éxito de la política petrolera no alcanzaba para compensar el fracaso en el mejoramiento de la situación social y, sin el mejoramiento de la situación social, no podía triunfar el desarrollismo. A su vez, el desarrollismo, si no triunfaba políticamente no podía mantener el gobierno. El mandato real de Frondizi no era de seis años; era menor, si no tenía éxito. Las Fuerzas Armadas, en representación de las clases medias, solamente podían tolerar un desarrollismo triunfante, pero no un “Caballo de Troya” que le abría las puertas al peronismo.
Éstas eran las condiciones limitadísimas del ejercicio de la democracia en esa época.
Las explicaciones no sirven en las luchas por el poder. El que exhibe una excusa es porque no tiene un factor de poder que oponer. La CGT, en junio de 1959, le retiró el apoyo a Frondizi. Ése fue el principio del fin.
De ahí a su derrocamiento solo había un paso. Su gobierno había fracasado antes de marzo de 1962. Pero hasta ese momento se extendió la ejecución de la sentencia. En adelante, solo habría lugar para gobiernos sin consultas electorales abiertas, hasta 1973, es decir hasta diez años después, luego de un largo proceso de maduración. Y luego de un corto interregno, habría que esperar siete largos años más.